El mensaje embotellado de Chunosuke Matsuyama.

¿Nunca has pensado cuanta distancia puede llegar a recorrer una botella de cristal sellada y lanzada al mar? Lo cierto es que han habido botellas que se sabe que han dado la vuelta al mundo en al menos una ocasión hasta que han sido encontradas, otras aún siguen flotando durante años a la espera de arribar a alguna costa o a que alguien las encuentre y pueda leer sus mensajes, pese a las duras condiciones que no logran hundir esas aparentemente frágiles botellas de vidrio. Durante mucho tiempo los marinos lanzaron a los mares y océanos infinidad de mensajes embotellados que reclamaban auxilio, daban datos de navegación, explicaban historias personales, anhelos... cualquier mensaje valía. Pero la historia de una de esas botellas destaca por encima de otras por la tragedia que hay tras de ella y su final sorprendente. Esa historia es la del mensaje embotellado de Chunosuke Matsuyama.

Chunosuke Matsuyama era un marino a bordo de un barco japonés, dicen que en busca de tesoros por el Océano Pacífico. El barco de Chunosuke Matsuyama sufrió un terrible temporal que lo arrastró hasta una barrera de coral que terminó por hundirlo. Solo 44 marineros, entre los que Chunosuke se encontraba, sobrevivieron a ese naufragio llegando de manera milagrosa hasta un islote cercano. Allí permanecieron esos 44 marineros completamente aislados del mundo hasta que poco a poco fueron muriendo debido al hambre, la sed, el sol abrasador, la desesperación o la locura que hacía mella en todos ellos. Aquellos difíciles momentos los relató Chunosuke en un trozo de madera ayudado por su cuchillo, con el que talló con cuidado cada una de las palabras que describían lo que les pasó. Chunosuke utilizó una botella de vidrio de entre los restos del naufragio, metió dentro con cuidado su mensaje, la selló y la lanzó al mar con la esperanza de que su familia la encontrara en algún momento y pudiera de esa forma despedirse de ellos. El naufragio se produjo en 1784 en algún lugar del Océano Pacífico y la botella flotó durante años hasta llegar a manos de un recolector de algas japonés en 1935, 150 años después de haberla lanzado y sorprendentemente en la costa de la región que vio nacer a Chunosuke Matsuyama. Todo un capricho de la vida que se hizo esperar pero que llegó donde jamás se la hubiera esperado.

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